El pasado 14 de febrero de 2024, en el Teatro R101, a las 6:00 p. m., nos subimos al escenario para declarar nuestra ignorancia.

Para atender el llamado de la línea del tiempo, en la que Púrpura Creactivo completa un cuarto de siglo en el teatro, realizamos una acción escénica a la que asistieron purpurianos de otras generaciones, familia y amigos del grupo, una invitación de puertas abiertas para el sector teatral de la ciudad, que fue atendida por colegas, también, que nos entregaron su gran afecto.

Virley Mendoza, Santiago Lugo, Cristian Díaz Rodríguez, Christian Hernández y William Guevara Quiroz aprovechamos esta fecha para dar a conocer que muchas de las preguntas que nos hemos hecho desde 1999 siguen latentes y se suman a otras que en el transcurso de nuestras vidas y del camino teatral han surgido, todas aún sin respuesta, razón por lo cual, nos declaramos publicamente los reyes de la ignorancia.

A continuación, les compartimos el texto escrito por William Guevara Quiroz, director de la agrupación, para dar contexto a este reconocimiento público, al que hizo falta Ferney Niño, purpuriano desde 2014, que lastimosamente no pudo asistir, pero que sigue con la bandera púrpura en su mano:

La ignorancia

Comienzo replicando frente a ustedes, aquella frase que dice Amanda en la obra purpuriana Sizigia: “solo conocemos el 5% de la realidad física”, dato que ronda desde hace algunos años entre los científicos y que tomé de algún artículo cuando escribí la obra. Esa ínfima parte del conocimiento corresponde al conocimiento racional que suma el conocimiento total de todos los seres pensantes… entonces, es absolutamente frustrante pensar en el porcentaje real que yo como individuo terrícola aporta a ese 5%. Tal vez no hay una forma de denominación que alcance a darme el valor de mi nula colaboración, al insignificante cúmulo de conocimiento que rasguña la humanidad, que ha sido incapaz de poseer las respuestas de por lo menos la mitad de los cuestionamientos.

Nuestra especie entre más investiga, entre más aprende, entre más resuelve, solo tiene la certeza de sus desconocimientos, y la verdad sobre el que no le alcanzará el tiempo que sumen todas nuestras vidas, para algún día levantar una piedra y lanzársela a alguien que no lo sabe todo. Porque cada día y sin fin, descubrimos más asuntos sin resolver, y si logramos darle luz a algún interrogante y pensamos que hemos encontrado la respuesta a algo, se nos revela que esa respuesta nos lleva a otra pregunta, y si deseamos enfrentar este problema, nacerá otra duda y así sucesivamente, solo habremos caído en circulo vicioso de nunca acabar; empeorado con el hecho, de que las incógnitas y los descubrimientos aumentan a muchísima más velocidad de lo que humanamente podemos aprender o conocer algo. Y mientras eso pasa, solo nos queda la ordinaria cotidianidad que nos ancla en el oscurantismo, y nos traga en sus arenas movedizas, mientras pataleamos pidiendo al cielo la mano de una pizca de conocimiento que nos pueda salvar. Cada vez estamos más lejos de la sabiduría, porque ella tiene muchos enemigos, pero también por algo más grave, porque hemos aprendido lo infinito de la inteligencia.

Así que construimos nuestra filosofía del conocimiento sobre la tesis de nuestra falta de conocimiento. Y cada discusión sobre este tema se encamina a la búsqueda y defensa del mismo. Que entre los arrogantes se ha convertido en una forma de discriminación hacia quienes nos sabemos poseedores de ninguna certeza, y defendemos a toda costa ese lugar. Porque para algunos de nosotros, los años que hemos recorrido no nos han brindado ni un solo día de orgullo por tener la convicción de saber algo, así que hoy, y ante ustedes, me reconozco: ignorante.

Hasta hace muy poco no sabía partir una naranja por la mitad, y aunque ya aprendí, no se fritar un huevo sin que se queme el borde. No sé cómo funciona la máquina para hacer capuchinos y no sé cómo funciona el Internet o el Bluetooth. Aunque, hasta hace unas semanas sé que es transportarse en bicicleta en Bogotá, no sé conducir un carro. No sé cómo funciona la radio y no me interesa, solo la disfruto. No sé de qué se trata Breaking Bad pero prometo saberlo pronto, y no sé qué le ven de interesante a Game of Thrones. Desconozco por completo si existe el comunismo en los países comunistas, y hasta hace unos días descubrí que Simón Bolívar tenía aspiraciones dictatoriales. Es tanto lo que no sabemos y tan poco lo que aprendemos.

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La ignorancia es tan inmensa que siempre nos sobre abarcará. A pesar nuestro, nunca llegaremos al colmo de la sabiduría, o lo peor, al somero conocimiento del mundo cotidiano. Así que considero que la ignorancia más que un estado, es una condición. Somos ignorantes. Yo lo acepto y lo asumo. Aclarando que no hablo de esa ignorancia como el lugar cómodo y perezoso que impide nuestra evolución. O esa ignorancia intolerante y dogmática que se disfraza de conocimiento. No a esa ignorancia irresponsable que calcina cualquier entusiasmo ante la inquietud, o el aprendizaje. Hablo de la ignorancia que marca nuestra insignificancia en un universo pleno de enigmas.

Entonces, lo único que puedo decir es que conozco que nada conozco, y que solo me reconozco: ignorante.

Hoy se sabe más que ayer, pero también se desconoce más. Y siempre seré más ignorante mañana de lo que soy hoy, poque habré aprendido algo nuevo, y en ello hay desconocimiento. Hay tantos descubrimientos día a día, que es imposible reconocerlos en nuestros bancos de sabiduría, y eso nos hace más ignorantes. Antes solo era necesario saber protegerse del clima, saber encender el fuego, o saber defenderse de tigres dientes de sable. No era necesario saber sobre todo lo que hay que saber para poder vivir y convivir hoy en este planeta. ¿Qué tendremos que saber mañana? ¿Qué otra cosa tendremos que vernos obligados a entender?… como evidencia de que de nuevo amaneceremos más ignorantes.

El número de asuntos no resueltos para cada uno de nosotros aumenta constantemente. Es abrumadora la cantidad de cosas que desconocemos: ¿cómo se hace un vaso de cristal? ¿Qué diferencia hay entre un vaso de cristal y uno de vidrio? ¿Qué hace especial un vaso de cristal de Murano a uno de Baccarat? ¿el vaso de cristal que tengo en la mano es para beber agua o whisky? ¿Por qué el cristal y el vidrio es transparente como si hubiesen sido hechos de nada o de agua congelada? ¿Pero el agua congelada no es transparente es translucida? ¿Por qué cuando el agua se congela deja de ser transparente? ¿Por qué cuando el agua se congela en los mares o lagos, solo se congela en la superficie? ¿Por qué cuando la sopa está hirviendo solo no está tan caliente en la superficie? ¿Por qué cuando se habla de alguien superficial se habla de su vacío? ¿Pero no puede haber superficie si no hay fondo? No lo sé. No lo sé.

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“Ignoramus et ignorabimus” palabras del filósofo alemán Emil du Bois-Reymond: «ignoramos e ignoraremos»

Ignoramos todo sobre el conocimiento científico, pero cabe la esperanza de que algún día se puedan ir desenmarañando uno a uno muchos de estos enigmas, pero definitivamente ignoraremos todo sobre el conocimiento no científico y que se encuentra en los rangos de la intuición, la sensibilidad, lo místico. ¿Qué esperanza tenemos? El proyecto del encuentro con el conocimiento es tan vago, a pesar de tantos y tantos esfuerzos de seres humanos que han dedicado su vida a su búsqueda. A lo que se suman las variantes de tiempos como los que vivimos en los que pareciese que otros seres humanos nos quisieran más ignorantes que nunca. Ignorantes en la ignorancia.

Así que necesitamos con afán a quienes han ido construyendo un cúmulo de verdades, que como toda verdad será susceptible de cuestionamientos, criticas, o debates —valiosos cuando provienen de otros inquietos quienes han logrado armar una respuesta—; personas que me producen enfado, por ser ellos la demostración irrefutable, de que mi rango de conocimiento es más bajo de lo que pensaba. Y en simultánea, me producen admiración, porque son ellos y ellas, la esperanza de que, como especie, podríamos dejar de ser menos incompletos. Personas que entienden que la falta de conocimiento es la fuente de búsqueda del mismo.

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Hace unas semanas terminé de ver The Good place, serie de televisión, que sigue la vida de cuatro personas más allá de su muerte, que son disputadas por el Lugar malo para que no habiten nunca el Lugar bueno. Al finalizar su cuarta y última temporada (lamento el spoiler), sus protagonistas logran llegar al Lugar bueno, una especie de paraíso como premio por ser una buena persona. Y cada uno de ellos finalmente obtiene la compensación de tener para sí, lo que siempre había deseado. En la serie, Chidi Anagonye, en vida —y también en muerte— fue profesor de filosofía, y al llegar al lugar bueno tuvo acceso a todo el conocimiento y cuando lo obtuvo, su vida perdió sentido, así que decidió dar el siguiente y último y definitivo paso, alejarse de la vida eterna, para tal vez convertirse en materia energética sin conciencia humanizada.

Entonces, y gracias a la televisión…  reflexiono con que, somos seres que vivimos la ignorancia como una oportunidad. Siempre, así no nos demos cuenta, estamos buscando una respuesta: emocional, sensorial, racional, práctica. Esa necesidad de conocimiento nunca se desgasta, independiente de que fracasemos o no en su encuentro. Así que si el mundo se compone entre los que gustan de los Beatles y quienes gustan de los Rolling Stones, como lo propone Quentin Tarantino en Pulp fiction, o entre Dua Lipa y Miley Cyrus como lo propongo yo, también el mundo se compone de otros dos tipos de congéneres: los que buscan razones probables y comprobables, erudición, que colaboran con nuestro desarrollo tangible; y los que trabajan en la búsqueda de ese conocimiento, oculto entre enigmas, que puede estar almacenado en el misterio más grande y jamás posiblemente descifrable, que es: el alma. Y en ese equipo está el arte, que cuando es arte, logra irse con resolución en búsqueda del descubrimiento de nuestro yo intangible, irse tras aquel misterio que la única señal que nos da, es que existe. Y es lo que nos hace diferentes a otras especies vivas del planeta. Esa profunda curiosidad nata, sobre sí mismo, es lo que hace necesario e inevitable el arte. El arte se nutre de la necesidad constante de formular preguntas y en ocasiones aventurarse a dar respuestas, que finalmente solo son suposiciones, teorías o conjeturas, nada certificado, hecho que no acobarda al arte, a pesar de que su finalidad será una ausencia perenne de éxito como adquisidores de la verdad, así algunos no lo crean.

Michael, otro personaje de The Good place, dijo —una frase que seguro el libretista la sacó de algún tratado filosófico, que desconozco—: “Los humanos siempre están un poco tristes porque saben que van a morir. Pero saber eso es lo que da sentido a su vida”. Esta noche diría yo: Los humanos siempre estamos un poco tristes porque sabemos que no lo sabemos todo. Pero saber eso es lo que da sentido a la vida.

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El teatro, entre otras artes, vigoriza un motor que nunca descansa en el ser humano: la curiosidad. Si no fuéramos curiosos no nos aventaríamos a lo desconocido. Incluso los más cobardes en algún momento se ven abocados a lanzarse al vacío de lo que no tiene respuesta previsible, o peor aún, al vacío de lo que nunca tendrá respuesta. El teatro, aquel que plantea preguntas, propone sus interrogantes por medio de la representación de una verdad supuesta, creada como maqueta de un rasgo de la vida, para tratar de entenderla. Ejercicio que consideramos como estrategia de investigación sobre algo que desconocemos, eso es el teatro, una herramienta para recrear la “escena del crimen”, para que por medio de ella, de esa representación, podamos encontrar luces sobre lo que nos intriga. 

Desde el 14 de febrero de 1999, con un grupo de amigos y compañeros egresados de la Academia Charlot, nos dimos a la tarea, sin pensarlo un instante, de aventurarnos a lo desconocido. Y nos hicimos preguntas prácticas, como ¿cómo se escribe una obra de teatro? ¿cómo se dirige una obra de teatro? ¿cómo se representa una obra de teatro? ¿cómo se financia una obra de teatro? ¿en dónde podemos presentar una obra de teatro? ¿quién será el público testigo de esta obra de teatro? ¿en dónde está el público de esta obra de teatro? entre otras, que pasados 25 años aún siguen siendo los mismos interrogantes sin responderse cabalmente, porque esas mismas preguntas se renuevan cada vez que iniciamos un nuevo proyecto.

Pero también, desde es fecha, nos hemos hecho preguntas sobre la vida y la muerte, sobre el amor y el odio, sobre el perdón y la venganza, sobre la poesía y la música, sobre la subconciencia y el cuerpo, sobre lo real y lo imaginario, sobre el pasado y el futuro, sobre dios y el demonio, sobre el miedo y la valentía, sobre la tristeza y la felicidad, sobre el poder y la sumisión, sobre el egoísmo y el altruismo, sobre lo eterno y lo perecedero, sobre la arrogancia y la humildad, y sobre otros temas, que hoy, no nos ofrecen su letal respuesta.

Así que, después de un cuarto de siglo, y ante ustedes, nos reconocemos ignorantes. Profundamente ignorantes. Incapaces de entregarles una sola respuesta que ayude a elevar la cifra del 5% de lo que conocemos del universo.

No sé qué nuevas preguntas nos plantearemos en nuestras próximas obras.

No sé si seremos capaces de exponerlas eficazmente.

No sé a qué otras preguntas nos empujará la pregunta inicial.

No sé hasta cuando nuestras preguntas se volverán teatro…

Gracias a Adriana Parra, María José Tafur, María Cristina Hernández, Carlos Bolívar, Julián Sánchez, Juan Carlos Lozano, Diego Galindo, Edilberto Buriticá, por aventurarse aquella primera vez. Gracias a Virley Mendoza, Ferney Niño, Santiago Lugo, Cristian Díaz, Christian Hernández, por ser el presente de esta búsqueda. Gracias a todos los purpurianos con quienes nos hemos hechos algunas preguntas durante este cuarto de siglo; Gracias a las familias, amores y amigos —como los de esta casa que siempre han tenido un espacio para nosotros—, por su respaldo incondicional. Gracias al público que llegó a nosotros porque tenía curiosidad y se atrevió a vernos.

Seguiremos caminando este año veinticinco, con el estreno, exactamente dentro de un mes (14 de marzo de 2024), de la pieza de teatro físico y danza Elogio a Dorian gracias a la invitación de Artestudio en el ciclo Distrito Deseo. Nos veremos el 21 de marzo de 2024 con Sizigia en el IV Festibienal de teatro de Bogotá, aquí, en esta sala; les presentaremos el documental que hicimos hace 25 años de nuestra primera obra; tendremos temporada de Clandestino; gracias a la complicidad del Teatro Libre entre septiembre y octubre realizaremos nuestra temporada de repertorio; y en noviembre estrenaremos Díptico enérgico, entre otras acciones que atenderemos en el año.

Y gracias por su compañía en este acto ignorante, que hasta este momento no sabía qué podría llegar a ser.

14 de febrero de 2024

Fotos de Andrés Uribe Naranjo / Video de Miguel Ángel Pineda